
Es escuchada la opinión pública?
Los recientes episodios de agitación social en el país, alentados principalmente por algunos desaciertos en la conducción política, nos muestran cuán frágil y precariamente se desarrolla la democracia en el Perú.
Las encuestas periódicas que realizan instituciones serias y de crédito, como la Universidad Católica, la Universidad de Lima, Apoyo, etc., nos advierten, sin lugar a dudas, el debilitamiento progresivo de la institucionalidad del Estado y contribuyen a ensombrecer el escenario de la vida nacional en momentos en que creíamos haber alcanzado condiciones mínimas para el desarrollo económico y social del país.
El peligro inmediato de una fractura social está presente. La falta ostensible de capacidad en el manejo político del Estado, la carencia de contenido humanista en las decisiones de quienes ejercen el poder, nos alejan de lo que debería ser el equilibrio entre las virtudes y las responsabilidades en la dirección del país.
Hay necesidad de mirar con interés el riesgo de resquebrajamiento social ante el desacierto y valorar la magnitud y consecuencias de las protestas y la secuela de daño nacional. Las relaciones humanas y el sistema que orienta las realizaciones en la vida de la gente, tienen que replantearse si se pretende formar un nuevo hombre, más justo, más social, más constructivo.
El sentido creador está ausente. Los ciclos de mediocridad e improvisación parecieran repetirse, y los valores como la honradez, la justicia social, la prevalencia de la razón, parecen hechos para opacarse mutuamente. De seguir así solo lograremos educarnos para la servidumbre y con la colaboración del Gobierno y la oposición.
Esta transición política que no termina de comenzar y que muchos creímos el período de los grandes cambios, enfrenta enormes riesgos si se aleja del camino del derecho. Las urgencias sociales no son enfrentadas y los modelos empobrecedores continúan vigentes generando cada vez más incertidumbre y enturbiando las pocas esperanzas y expectativas que aún retienen muchos peruanos.
Ese cosmopolitismo aberrante, que tantos males arrastra, ese autoritarismo y esa soberbia que envilecen, esa corrupción que se exhibe desvergonzada por que confía en la impunidad, esa incoherencia en el ejercicio del poder, todo junto nos recuerda que la violencia contestataria tiene para rato si el diálogo sigue ausente y si seguimos negando la necesidad de una nueva organización de la sociedad.
Continuaremos esperando que alguien con autoridad moral convoque al gran Pacto Nacional. Sin ideología ni confesiones sectarias, sin iluminados ni verborreicos incontinentes. Debemos detener, a como dé lugar, la división y fractura de nuestra sociedad, debemos unir a nuestros hombres en lo que tienen de común en tanto que hombres, enseñarles que sus reservas humanas son inagotables y emergen como valores superiores y que es allí donde la fe popular coloca sus esperanzas.
La pregunta que nos hacemos es cuánto ajuste puede aguantar una democracia y cuánta pobreza puede soportar la libertad.
No hay civilización sin opinión pública, nunca como ahora hizo tanta falta escucharla.
Los recientes episodios de agitación social en el país, alentados principalmente por algunos desaciertos en la conducción política, nos muestran cuán frágil y precariamente se desarrolla la democracia en el Perú.
Las encuestas periódicas que realizan instituciones serias y de crédito, como la Universidad Católica, la Universidad de Lima, Apoyo, etc., nos advierten, sin lugar a dudas, el debilitamiento progresivo de la institucionalidad del Estado y contribuyen a ensombrecer el escenario de la vida nacional en momentos en que creíamos haber alcanzado condiciones mínimas para el desarrollo económico y social del país.
El peligro inmediato de una fractura social está presente. La falta ostensible de capacidad en el manejo político del Estado, la carencia de contenido humanista en las decisiones de quienes ejercen el poder, nos alejan de lo que debería ser el equilibrio entre las virtudes y las responsabilidades en la dirección del país.
Hay necesidad de mirar con interés el riesgo de resquebrajamiento social ante el desacierto y valorar la magnitud y consecuencias de las protestas y la secuela de daño nacional. Las relaciones humanas y el sistema que orienta las realizaciones en la vida de la gente, tienen que replantearse si se pretende formar un nuevo hombre, más justo, más social, más constructivo.
El sentido creador está ausente. Los ciclos de mediocridad e improvisación parecieran repetirse, y los valores como la honradez, la justicia social, la prevalencia de la razón, parecen hechos para opacarse mutuamente. De seguir así solo lograremos educarnos para la servidumbre y con la colaboración del Gobierno y la oposición.
Esta transición política que no termina de comenzar y que muchos creímos el período de los grandes cambios, enfrenta enormes riesgos si se aleja del camino del derecho. Las urgencias sociales no son enfrentadas y los modelos empobrecedores continúan vigentes generando cada vez más incertidumbre y enturbiando las pocas esperanzas y expectativas que aún retienen muchos peruanos.
Ese cosmopolitismo aberrante, que tantos males arrastra, ese autoritarismo y esa soberbia que envilecen, esa corrupción que se exhibe desvergonzada por que confía en la impunidad, esa incoherencia en el ejercicio del poder, todo junto nos recuerda que la violencia contestataria tiene para rato si el diálogo sigue ausente y si seguimos negando la necesidad de una nueva organización de la sociedad.
Continuaremos esperando que alguien con autoridad moral convoque al gran Pacto Nacional. Sin ideología ni confesiones sectarias, sin iluminados ni verborreicos incontinentes. Debemos detener, a como dé lugar, la división y fractura de nuestra sociedad, debemos unir a nuestros hombres en lo que tienen de común en tanto que hombres, enseñarles que sus reservas humanas son inagotables y emergen como valores superiores y que es allí donde la fe popular coloca sus esperanzas.
La pregunta que nos hacemos es cuánto ajuste puede aguantar una democracia y cuánta pobreza puede soportar la libertad.
No hay civilización sin opinión pública, nunca como ahora hizo tanta falta escucharla.
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