domingo, 18 de octubre de 2009

DERECHO A LA LIBERTAD DE DIFUSIÓN Y OPINIÓN


Indudablemente toda persona posee determinados derechos fundamentales las cuales se deben manifestarse e interpretarse de acuerdo a su defensa prefijada en la constitución. El hombre es un ser histórico y social, por ende la interacción entre los hombres es vital y significa compartir unas mismas formas lingüísticas y simbólicas, con el fin de llegar a una comprensión común. De esta manera la faceta comunicativa del hombre conlleva a la posibilidad de informar, expresar opinar y difundir sus ideas en cualquier medio de comunicación social. Nuestra constitución garantiza este derecho siempre y cuando no obstaculice otros derechos fundamentales.
De acuerdo a lo leído, podemos dar a conocer que muchas veces como se sabe, la libertad de expresión y la libertad de información en nuestro sistema son derechos fortalecidos, por tanto, son objeto de una especial protección. Ahora podemos decir que la libertad de opinión es otra forma de comunicación muy esencial para la participación ciudadana pero de un modo subjetivo y valorativo, de acuerdo con la ideología, creencias y valores de la persona, además que la opinión se ha vuelto necesaria para que exista democracia y participación, igualmente la multitud de opiniones y su derecho. Un claro ejemplo lo apreciamos en diferentes programas radiales peruanos en la que la opinión del ciudadano importa, atendiendo sus inquietudes y fortaleciendo aún más la libre expresión en el Perú, siempre y cuando no se denigre ni agravie la reputación de una persona ni insultarla por ningún motivo. La pregunta que nos hacemos es¿ cuánto ajuste puede aguantar una democracia y cuánta pobreza puede soportar la libertad?. No hay civilización sin opinión pública, nunca como ahora hizo tanta falta escucharla.
Internacionalmente tenemos un caso europeo sobre la libertad de difusión, la cual está basada en la pasada difusión de una caricatura del profeta “Mahoma” en un periódico danese. Ante esto pensamos que la sociedad europea no debería rendirse ante las exigencias islámicas de regular la difusión de imágenes hacia su religión. La libertad de expresión no puede entenderse a medias y la sociedad democrática no debe aceptar rebajas en sus derechos. Si el régimen musulmán no se queda aún preso en su mirada por sus gobiernos autoritarios ni por los presos de Guantánamo, en su mayoría musulmanes, ni por el trato discriminatorio que sufren las mujeres musulmanas en sus sociedades, sino ¡por un dibujo!. Nos interrogamos ¿Realmente una caricatura en un periódico constituye la principal preocupación del Islam actual? No lo creo, pero si fuera así, pueden quedarse tranquilos: al menos en los próximos 30 años, nadie en Europa se atreverá a publicar un dibujo de Mahoma. La libertad de expresión y de crítica es mucho más que un valor occidental, es un derecho humano, recogido en el artículo 19 de la Declaración Universal. Eso significa que no sólo los occidentales debemos aspirar a ejercerla al máximo, sino que también debemos luchar para que se haga extensible a todo el planeta. No hay excepción cultural ni religiosa cuando hablamos de derechos humanos. Porque a las imágenes televisivas de odio les suceden los discursos rebuscados apelando al respeto, sin que nadie recuerde que los clérigos no buscan ser respetados sino temidos.

viernes, 9 de octubre de 2009

¿Es escuchada la opinión pública?


Es escuchada la opinión pública?

Los recientes episodios de agitación social en el país, alentados principalmente por algunos desaciertos en la conducción política, nos muestran cuán frágil y precariamente se desarrolla la democracia en el Perú.
Las encuestas periódicas que realizan instituciones serias y de crédito, como la Universidad Católica, la Universidad de Lima, Apoyo, etc., nos advierten, sin lugar a dudas, el debilitamiento progresivo de la institucionalidad del Estado y contribuyen a ensombrecer el escenario de la vida nacional en momentos en que creíamos haber alcanzado condiciones mínimas para el desarrollo económico y social del país.
El peligro inmediato de una fractura social está presente. La falta ostensible de capacidad en el manejo político del Estado, la carencia de contenido humanista en las decisiones de quienes ejercen el poder, nos alejan de lo que debería ser el equilibrio entre las virtudes y las responsabilidades en la dirección del país.
Hay necesidad de mirar con interés el riesgo de resquebrajamiento social ante el desacierto y valorar la magnitud y consecuencias de las protestas y la secuela de daño nacional. Las relaciones humanas y el sistema que orienta las realizaciones en la vida de la gente, tienen que replantearse si se pretende formar un nuevo hombre, más justo, más social, más constructivo.
El sentido creador está ausente. Los ciclos de mediocridad e improvisación parecieran repetirse, y los valores como la honradez, la justicia social, la prevalencia de la razón, parecen hechos para opacarse mutuamente. De seguir así solo lograremos educarnos para la servidumbre y con la colaboración del Gobierno y la oposición.
Esta transición política que no termina de comenzar y que muchos creímos el período de los grandes cambios, enfrenta enormes riesgos si se aleja del camino del derecho. Las urgencias sociales no son enfrentadas y los modelos empobrecedores continúan vigentes generando cada vez más incertidumbre y enturbiando las pocas esperanzas y expectativas que aún retienen muchos peruanos.
Ese cosmopolitismo aberrante, que tantos males arrastra, ese autoritarismo y esa soberbia que envilecen, esa corrupción que se exhibe desvergonzada por que confía en la impunidad, esa incoherencia en el ejercicio del poder, todo junto nos recuerda que la violencia contestataria tiene para rato si el diálogo sigue ausente y si seguimos negando la necesidad de una nueva organización de la sociedad.
Continuaremos esperando que alguien con autoridad moral convoque al gran Pacto Nacional. Sin ideología ni confesiones sectarias, sin iluminados ni verborreicos incontinentes. Debemos detener, a como dé lugar, la división y fractura de nuestra sociedad, debemos unir a nuestros hombres en lo que tienen de común en tanto que hombres, enseñarles que sus reservas humanas son inagotables y emergen como valores superiores y que es allí donde la fe popular coloca sus esperanzas.
La pregunta que nos hacemos es cuánto ajuste puede aguantar una democracia y cuánta pobreza puede soportar la libertad.
No hay civilización sin opinión pública, nunca como ahora hizo tanta falta escucharla.